viernes, 21 de diciembre de 2007

La dura piel del solitario

A 150 AÑOS DEL NACIMIENTO DE JOSEPH CONRAD

A comienzos de 1905, cuando Joseph Conrad viajó con su familia a Capri, se encontraba bastante frustrado con su vida de escritor. El año anterior había terminado una de sus obras maestras, Nostromo, lo que le había granjeado algunos comentarios favorables. Su nombre tenía ya un cierto prestigio en los círculos literarios ingleses. Sin embargo, era una época difícil. Su esposa Jessie tenía una dolencia en la rodilla, y había hecho el viaje en una silla de ruedas. Por otro lado, él nunca se había recuperado de sus ataques de gota y de las consecuencias de una malaria. El esfuerzo de escribir Nostromo lo había dejado exhausto.

Sin embargo este libro, sin duda una obra maestra, había sido un fracaso en las ventas. Hasta entonces había vivido con préstamos bastante frecuentes de su agente Pinker. Y los ingresos por sus libros eran mínimos (en una carta a un amigo contabilizó que sus ganancias del año 1908 llegaron apenas a las cinco libras).

Por otro lado, Nostromo no era una obra insular. Ya había escrito otros libros que él intuía que eran importantes (en realidad eran obras magníficas): El corazón de las tinieblas, El negro del Narciso y Lord Jim iban a ganar cada vez más lectores en el siglo que empezaba. Ninguna de estas había sido bien recibida por el público. Pero él había estado seguro de que con Nostromo, la historia iba a cambiar. Pero nada de eso ocurrió, y pocos lectores ingleses se interesaron.

Tratando de olvidar lo que consideraba un fracaso, Conrad sintió que podía sufrir un periodo de esterilidad. En una carta que le manda a Edmund Gosse, le dice que teme sufrir el mal de aquello que Baudelaire llamaba la "esterilidad nerviosa del escritor". Ya por entonces Conrad comparaba la actividad del escritor a la del minero. "Me siento como un excavador del carbón hundido en su fosa que tiene que extraer sus frases de la noche", le escribe a Gosse. Más tarde, en otra carta, diría: "Durante todos estos años, a lo largo de mi trabajo, he vivido en una caverna sin ecos".

El viaje a Capri, sin embargo, tuvo un inesperado evento favorable. Conrad recibió la noticia de que el rey, en mérito a su dedicación al oficio literario, le ofrecía una donación de quinientas libras. Este dinero sería parte del fondo con el que Conrad iba a vivir mientras realizaba su venganza, una de las más extraordinarias de la historia literaria. Iba a salir publicada en 1907, bajo el nombre de
El agente secreto. El agente secreto presenta un Londres sombrío, poblado de personajes oscuros, patéticos y violentos. A diferencia de sus libros anteriores, es una novela sin héroes, su respuesta a una ciudad que lo rechazaba. Basada en un caso real, es ante todo la historia del señor Verloc, un hombre de aspecto opaco que camina por Londres con un abrigo en cuyo interior hay un arsenal de explosivos. Verloc es un terrorista cuya misión (probablemente encargada por el gobierno ruso) es hacer volar el observatorio de Greenwich. Para ello, busca la ayuda de Stevie, el hermanito desvalido de su esposa Winnie. Cuando Stevie tropieza y cae llevando la bomba destinada a Greenwich, la policía británica tiene que buscar una escoba para recoger sus restos. Luego de que Winnie descubre que Verloc es el responsable de la muerte de su hermano, se produce (en el largo y maravilloso capítulo once) una de las escenas de crimen más memorables que se hayan escrito. El señor Verloc ve a su mujer coger con movimientos pausados un cuchillo de trinchar ("lo suficientemente pausados para que él comprendiese plenamente el significado del portento y saborease el gusto de la muerte subiéndole por la garganta") (1). Los capítulos once y doce de El agente secreto forman una secuencia extraordinaria, creo que lo mejor de una obra cumbre como la suya. Aún así, cuando el libro sale publicado, Conrad es acusado de inmoralidad y de violencia en sus temas. Por lo demás, como siempre, es ignorado. Sin embargo, cuando ya no esperaba el éxito, éste le llegó de pronto gracias a una novela llamada Chance (1914) que sin duda no es de las mejores. El éxito de Chance lo convierte inesperadamente en un hombre solvente, pero felizmente mantiene con el éxito una relación distante. Sigue trabajando con una severidad implacable, inmune a los elogios y a los réditos económicos (que iban a convertirlo en un ídolo en los Estados Unidos, a donde viajaría poco antes de su muerte). Publica al menos una obra maestra más, antes de morir, La línea de la sombra, en 1917. Su temperamento ensimismado lo había protegido. Si había resistido al fracaso, resistiría al éxito con la misma perseverancia. Tenía la piel dura del solitario.

EL ETERNO EXTRANJERO
Aún hoy, quizá Conrad tendría motivos para no sentirse del todo aceptado por los ingleses. No es de extrañar que el 150 aniversario de su nacimiento (el último tres de diciembre) haya pasado casi inadvertido. Una nota del diario "The Independent" hace notar que el único indicio que queda de la vida de Conrad en Londres es una placa azul en un edificio donde compartió un cuarto con varios otros huéspedes. Hay otra pequeña placa en Kent, donde vivió con su familia. Con ocasión de este aniversario, la sociedad Conrad solicitó que el Servicio Postal hiciera un retrato del escritor pero la petición cayó en saco roto. Y sin embargo, en una ocasión, Conrad le dijo a un amigo inglés, "Soy más inglés que tú, porque yo elegí serlo".
En realidad, Conrad no era un inglés ni un polaco ni un europeo ni un extranjero sino todo aquello junto. Hijo del nacionalista polaco Apollo Korzeniowski, a los cinco años (en 1862) acompaña a su familia a una prisión rusa, en Siberia, un castigo por las actividades políticas de su padre. Poco después su madre muere de tuberculosis y cuando Conrad tiene apenas doce años, ve morir a su padre, que es enterrado en Cracovia. Huérfano de padre y madre queda al cuidado de su tío Tadeo hasta los dieciséis años cuando abandona Polonia para ir a Marsella. Ahí iniciará su vida en la marina mercante. Para entonces, aunque era un muchacho, su vida había estado tan llena de eventos que tenía la experiencia de un adulto. Al subir al tren que lo exilaba de Polonia, sintió que "se subía a un sueño".

A lo largo de su vida en la marina se interna en el Congo, de donde iba a extraer los materiales para El corazón de las tinieblas. Su visita a Venezuela y a Colombia, por otro lado, iba a servir de inspiración para Nostromo. En 1877, de vuelta en Marsella, participa en una organización que le contrabandea armas a los carlistas. Se enamora de una joven húngara llamada Paula, quizá una amante del mismo Don Carlos. Como consecuencia de esta relación se bate a duelo con un americano llamado John Blunt. Un año después intenta suicidarse, disparándose un tiro en el pecho.

Su tío Tadeo va en su auxilio y le paga todas sus deudas. Pero en enero de 1894 sufre la desgracia de la muerte de su tío. Conrad deja para siempre su vida de marino. Ha decidido convertirse en un escritor con una novela llamada La locura de Almayer, que le dedica a su protector.

En 1896 iba a casarse con la inglesa Jessie George, una mecanógrafa de temperamento apacible, que administró lo mejor que pudo sus arranques de violencia y sus periodos de mutismo. En 1899 iba a publicar por entregas su primera obra maestra, El corazón de las tinieblas. En los treinta años que van de 1894 a 1924 (muere de un infarto en agosto de ese año), iba a dedicarse por entero a la literatura. Alguna vez iba a definir la vocación del escritor con una frase apropiada en su caso: "transformar la energía nerviosa en palabras". Aunque no lo había aprendido del todo hasta los veintiún años, el inglés fue el idioma que eligió como lengua literaria. Quizá el hecho de que viniera al idioma desde afuera lo ayudó a descubrir sus posibilidades mejor que un hablante nativo. El inglés de Conrad es uno de los más complejos e intensos de un escritor de esa lengua en cualquier época.

Era por otro lado, un idioma con el que ya se había familiarizado en su infancia, gracias a las conversaciones sobre Shakespeare con su padre (uno de sus traductores). Según su biógrafo Leo Gurko, la idea shakesperiana de un héroe solitario, arrojado a un mundo hostil, contra el que tiene que lidiar, aparece en los héroes conradianos con frecuencia. Nostromo, Lord Jim, Verloc, son en cierto modo reproducciones de Hamlet y de Othello. El rasgo fundamental en todos ellos es la percepción de un entorno hostil, una sensación típica de un hombre que siempre fue un extranjero.

En sus cartas, confesaba que le interesaba contestar de alguna manera a la pregunta de qué es lo que hace que los seres humanos continúen con sus vidas, al margen de las leyes morales o de los principios legales. La respuesta, creo, es el apego a la realidad que los hombres comparten. Para Conrad, la realidad era un espacio infinito de exploración, un universo místico, inesperado, lleno de aventuras, capaz de producir la mayor variedad de registros. Ese apego a la aventura, a la exploración y al redescubrimiento de la realidad sostiene a sus héroes. Nunca quiso entender sino ser plenamente consciente de la vida de sus personajes y de la suya propia. La frase de Linda Viola a Nostromo en el final de la novela, lo expresa: "No lo puedo entender. Pero nunca te olvidaré. Nunca."
Por Alonso Cueto
(1) Tomo la traducción de Héctor Silva en la edición de Cátedra. Madrid, 1995
Fuente "El dominical" suplemento de "El comercio"

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