viernes, 21 de diciembre de 2007

Cantos y comentarios.

Una visión panorámica del mundo poético de Antonio Cisneros

Desde Destierro (1961) hasta Un crucero a las islas Galápagos (2005), la poesía de Antonio Cisneros se revela, en sus varias escalas, como la crónica lírica de una experiencia cuyo signo es el viaje. De la distancia y los encuentros, así como de los hallazgos y los extravíos, da cuenta una escritura que se orienta en las aguas -con frecuencia agitadas- de la historia comunitaria y personal. Carta de navegación y cuaderno de bitácora, la obra de Cisneros fija con inteligencia sus coordenadas para trazar los avatares y las aventuras de un sujeto a la vez único y plural.

"El puerto/ casi ha llegado/ hasta los barcos" declaraba, con circunspecta melancolía, la voz poética en el libro del noviciado. Cuarenta y cuatro años más tarde, un hablante febril y clarividente dice, en el primer poema en prosa de Un crucero a las islas Galápagos: "No es en esos meandros, donde viven los peces de agua dulce, que yo el gran capitán broadcaster destajero, con cien pesos al mes mientras navego y ciento treinta cuando estoy en tierra, he sentido terror por lo que resta de mi ordinaria vida". Significativamente, entre los escenarios emblemáticos de la poesía de Antonio Cisneros destacan las riberas y los litorales: bordes cambiantes que unen y deslindan, márgenes donde se deciden los destinos y se realizan

los balances. Los puntos de partida y de llegada incitan al examen de una existencia que se descubre en el tiempo y sus cambios: es lo que se advierte desde los títulos mismos de "Entre el desembarcadero de San Nicolás y este gran mar" y "Medir y pesar las diferencias a este lado del canal", dos poemas capitales de Canto ceremonial contra un oso hormiguero (1968), que ganó el Premio Casa de las Américas, de Cuba, cuando éste era el galardón más prestigioso para la poesía en castellano.

LAS PERSONAS DEL POETA

Poeta mayor de la llamada generación del 60 en el Perú y figura de primer orden en la lírica castellana contemporánea, Cisneros moldea en la forma flexible y abarcadora de su poesía -vitalista y culta, coloquial y arcaizante, épica y confesional, cosmopolita y arraigada en la vida peruana- materiales en apariencia disímiles: el ámbito de la escritura comprende, holgadamente, tanto a la larga duración histórica como a la actualidad doméstica. Reacio a dividirse entre el impulso cívico y la cavilación intimista, el poeta no cede ante la falsa dicotomía entre la realidad colectiva y la experiencia individual: la primera persona de la poesía se convierte en una asamblea de voces y en un teatro de perspectivas. En Ezra Pound y, sobre todo, en Bertolt Brecht, halló Cisneros pistas y propuestas que habría de incorporar creativamente a su quehacer. A través del monólogo dramático y de un reparto versátil de presencias, el poeta amplía la órbita de su expresión.

Ya en David (1962), el rey poeta es la persona (persona, en el teatro clásico latino, designa a la máscara del actor) que representa el drama de su vida y lo somete al juicio ajeno. En Monólogo de la casta Susana y otros poemas (1986) una figura bíblica -Susana, perseguida y hostigada por "los viejos repelentes"-y un poeta de fama universal -un Goethe que, en su ancianidad, no olvida "el vivo deseo por Annette"- son los otros en los que se refracta el poeta. En el segundo libro de Cisneros, David es un ser complejo y, por eso, irreductible a una sentencia: héroe, adúltero, monarca y poeta, el personaje merece, según las circunstancias, la adhesión o la crítica de su cronista. La simpatía o el sarcasmo envuelven la crónica del rey, pero la dimensión más genuina y plena del David de Cisneros (o, si se quiere, de Cisneros en David) se revela cuando toma la palabra, como en "Canto al Señor": "Estoy acostumbrado al amor,/sin embargo conozco tu silencio". La plegaria precede en más de una década a una de las entregas principales de Cisneros, El libro de Dios y de los húngaros (1975), que alberga la vivencia de la conversión religiosa y donde figura "Domingo en Santa Cristina de Budapest y frutería al lado", acaso el poema más bello -por su tersa dicción, por el modo en que sostiene un tono jubilosamente ceremonial y por la impecable plasticidad de las imágenes-que haya escrito Antonio Cisneros. Comentarios reales (1964) es el libro que sigue a David. Después de la incursión heterodoxa en la historia sagrada, le tocaba el turno a la intervención polémica en la historia nacional. La alusión paródica a la obra del Inca Garcilaso de la Vega exhibe, sin subterfugios, el propósito contestatario del autor, que a los 22 años recibió por ese volumen el Premio Nacional de Poesía. El homenaje más asiduo, sin embargo, ha sido el de la imitación: las revisiones versificadas del pasado peruano se multiplicaron a partir del modelo de Comentarios reales. El ingenio crítico de Cisneros se luce, sobre todo, en los poemas satíricos (como, por ejemplo, "Oraciones de un señor arrepentido" o "Descripción de plaza, monumento y alegorías en bronce"). Es notable también su laconismo, que fue un antídoto necesario contra la retórica torrencial de los epígonos del Neruda de Canto general o del Vallejo de España, aparta de mi este cáliz. En Crónica del Niño Jesús de Chilca (1981), Cisneros retoma la mirada histórica y la voluntad crítica de Comentarios reales, pero rectifica la escala y los procedimientos del proyecto: las voces de los poemas -salvo la del último, el excelente "Entonces en las aguas de Conchán (verano de 1978)"- proponen versiones estilizadas de los testimonios ofrecidos por informantes de una comunidad campesina, de antigua memoria y agónico presente, en la costa sur de Lima.

POESÍA DE LAS CIUDADES

A los 26 años, con Canto ceremonial contra un oso hormiguero, Antonio Cisneros publicó uno de los libros más importantes de la poesía latinoamericana del siglo XX. Diestra interpelación de cierta idiosincrasia limeña, encarnada en el maledicente "oso hormiguero", el poemario es una toma de posición -aguda y ferozmente irónica, pero también nostálgica y emotiva- frente al entorno familiar, la propia biografía y la ciudad en la que se crió el poeta. "Y tuve una muchacha de piernas muy delgadas. Y un oficio./ Y esta memoria -flexible como un puente de barcas-/ que me amarra/ a las cosas que hice/ y a las infinitas cosas que no hice,/ a mi buena o mala leche, a mis olvidos./ Qué se ganó o perdió entre estas aguas./Acuérdate, Hermelinda, acuérdate de mi", dicen los versos finales de "Crónica de Lima". En Canto ceremonial contra un oso hormiguero, el hablante lírico es protagonista y testigo: el yo confesional tiene la densidad y el perfil de un personaje, de una presencia activa en el teatro del mundo. La tragicomedia en la cual actúa -y en la que se decide el destino de su palabra- es la de la comunicación. Así, el canto ceremonial de la poesía combate a quien, con su mala fe, vicia el diálogo social. Otra urbe -Londres, que es donde escribe el poeta su libro- se presenta también como escenario del habla y la experiencia, en poemas como "Karl Marx died 1883 age 65" o "Kensington, primera crónica".

El agotamiento de la primera aventura europea del poeta es el sustento existencial de Como higuera en un campo de golf (1974), que es el más grueso de los volúmenes publicados por Cisneros y, sin duda, el más cáustico y agrio de todos. Los poemas de desamor (como "Cuatro boleros maroqueros" o "Dos sobre mi matrimonio uno") y los de balance de la vida de expatriado ( como "Londres vuelto a visitar, arte poética 2" o "A dedo hasta Florencia") son imprescindibles en la más sumaria de las antologías de Cisneros. A pesar de su excelencia formal, el libro marca un callejón sin salida: el desencanto cubre todo, incluida la poesía misma.

Para que la travesía continuara, fue necesario el retorno a la fe: el verbo renace -celebratorio y solidario, sereno e íntimo- en El libro de Dios y de los húngaros. Poesía religiosa de alta ley, como la de los sonetos a la Virgen, de José Lezama Lima, o la de Telescopio en la noche oscura, de Ernesto Cardenal, es la de El libro de Dios y de los húngaros, que inicia en la obra del poeta un segundo ciclo, el cual parece cerrarse en Las inmensas preguntas celestes (1992), donde la atmósfera de crisis y desasosiego replica, bajo otras circunstancias, el clima de Como higuera en un campo de golf. Sin embargo, la última palabra no estaba dicha. Después de un silencio editorial de trece años, Un crucero a las islas Galápagos (2005) demuestra, en el claroscuro visionario de su imaginería y la ardiente intensidad de su dicción, que la poesía de Antonio Cisneros sigue abierta a las aventuras del lenguaje y a los descubrimientos de la experiencia.

Por Peter Elmore
Fuente "El dominical" suplemento "El comercio"

No hay comentarios: