sábado, 6 de febrero de 2010

Me contaron que una vez...

CRÓNICA
Se narra antiguamente que dios, sí, el de la mitología hebrea, el “salvador de los pobres”; condenó al pequeño pueblo del sur con un fuerte diluvio, este castigo fue dado, dicen, porque dios enojadísimo, se dio cuenta que estos “ciudadanos de segunda categoría” no habían dado su sacrosanto voto a su hijo unigénito e irrepetible, Alancristo, porque para dios, como para Cipriani, el voto secreto y los derechos humanos son una tremenda tontería.
Muchos clamaban salvación pero este dios estaba viendo en los “medios de incomunicación” las últimas encuestas electorales o los últimos entredichos entre Abencia y Mamanchura o quizás algún chisme nuevo de Magali, y no porque no hubiese más canales (no olvidemos que él todo lo ve) sino porque últimamente parece que eso le interesa más. Su hijo, Alancristo se acordó que era otra vez presidente del Perú, a pesar que su encuesta multicontinental dijo lo contrario y dejando de lado su sándwich de Miraflores llenísimo de mostaza y sinvergüencería, también su vaso de coca cola helada con un sorbete hecho del mismísimo material de los tubos del gas Camisea (y claro, lo toma porque es de sabor internacional) decidió darse un viajecito merecido para conocer más aquello que lleva como nombre Perú. Llamó a sus discípulos-ministros para que preparen todo para su grandiosa salida, todos estaban, estaba la fiel devota Araoz repasando sus libros y buscando lo que significa “bienestar económico” porque el único que conoce ese concepto es su bolsillo, estaba el tío Jorge tratando de borrar su nombre en los últimas conversaciones que tuvo con los fariseos Rómulo León, Químper y Canaán, y además estaba Pedro Múlder en quien Alancristo edificará “su nueva casa del pueblo”.
Entonces viajó y llegó a un lugar lleno de sol y marinera y pañuelos – como dicen que el Perú está fregado - decía. Y luego se dio cuenta, recién, que el Cusco quedaba en el sur y no en el norte, pero aprovechó para brindarse sus merecidas vacaciones recordando cuando era feliz, cuando no era presidente (cuando los peruanos éramos felices). Mandó entonces a su paloma mensajera Quesquén para que avise al pueblo del sur (no se acordaba cómo se llamaban esos pueblos) que la ayuda llegará pronto, más pronto aún de la ayuda que tuvo Pisco, más pronto aún que la construcción del tren eléctrico; y que no desesperen. Cuando se cansó de tantos ceviches, llegó al sur, pero como intentó caminar sobre las aguas y no pudo, quiso sobrevolar el pueblo, mirándonos desde lo alto, como lo que es, el de mayor jerarquía, el que llena de estupidez la televisión peruana, el que promete y no cumple, el que apoya a su “hermano” Castañeda para ganarse un par de puntitos por ahí, el que no le interesa saber quién es el culpable de Bagua (¿capaz soy yo?), el que llena los libros de escolares con su foto imitando a su primo Juan Alberto Fujimori el bautista, el que no le interesa la educación peruana porque sus hijos estudian en el Markhan o en el extranjero, el que apoya a Bayli en todo porque es un gran distractor en estas elecciones, el que oculta sus pañuelos llenos de sangre de aquellos que estuvieron en Santa Bárbara, el que huye, el que se exilia, el que miente, el que da represalia a la libre expresión, el que nos llama de segunda categoría, el hijo predilecto de dios Obama, porque debes saberlo ahora, dios es oscuro, eso sí.
De "Poemas, crónicas y otras tonterías" (inédito) José Chacchi.

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